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Monday, December 8, 2008

La batalla de las chichas..

Los Píos eran un grupo de jóvenes con síndrome de Peter Pan, que presentaban obras de teatro bajo la figura de Orígenes, vestían de negro y llevaban peinados estrafalarios, pantalones rotos entubados a los tobillos, más tarde los ruedos fueron desgarrados y llevados en volandas. Solíamos tener permiso de usar el módulo policial que está en la entrada de Villa Panamericana, el Gusano Azul o de Metal, que había sido de Defensa Civil, allí también se efectuaban las reuniones de la extinta Asoislas, pero esa es otra historia, el asunto es que a los Píos les interesó desde siempre el Anfiteatro del Centro Cultural tras la plaza de las banderas y soñábamos con que en aquella edificación se fundara algo así como un Ateneo.
Así que vivíamos planificando cosas en aquel lugar, fiestas a beneficio, obras de teatro, reuniones con tormenta de ideas, bebiendas de anís y ron, juegos del escondite, mímica, la ere(La lleva) y hasta policías y ladrones, no sabíamos por qué, lo importante era tomar el espacio y hacerlo nuestro, había toque de queda para los menores de edad después de las nueve, pero nosotros por ser miembros del grupo de teatro, nos habíamos ganado un salvoconducto que nos permitía permanecer en la calle más allá de esa hora en la noche y en el Laberinto desde luego.





Eran tiempos felices, porque aquella era nuestra inexpugnable fortaleza que habíamos defendido de todas las amenazas: Las viejas chismosas que nos querían fuera de allí y de las cuales manaban fantásticas historias, como esa de que comíamos gatos y practicábamos misas negras, que nos bañábamos con refresco Coca-cola porque era negro como nuestras almas, que a nuestras mujeres las habíamos embarazado, hecho abortar y que los fetos corrían la misma suerte que los gatos, que nadie que no perteneciera a nuestro grupo podía entrar allí y que para ingresar a la logia, los iniciados tenían que cumplir ciertas pruebas denigrantes y muchas otras cosas que eran falsas, pero sospecho que nos divertía ver como acrecentaban nuestra fama.





De Guarenas, Guatire, Caracas y hasta San Antonio de los Altos fueron camaradas Come Gato a visitarnos, una noche nos llegó un ejército de por lo menos cien zarrapastrosos y amanecimos cantando canciones de La Misma Gente, Soda Stereo, Ramones y otros tantos, mientras los vecinos observaban el espectáculo desde sus ventanas muertos de miedo ¡digo yo! porque ni siquiera se atrevieron a llamar a la policía por temor a las represalias, debió ser gracias a que antes de la reunión el canal 2 había trasmitido uno de sus bodrios conocido como Alerta, donde se hablaba de las sectas satánicas.





Con tanta publicidad a la edad de 16 años que tenía yo, era difícil que nos preocupara lo que pensaran los demás, había que vivir el momento. Así que luego de superar tal desafío nos apertrechamos en el edificio y no había día que no tuviésemos algo que hacer allí, eso sí, tampoco se ocultaba el sol, sin que tuviésemos que defendernos de los demás. Hasta un concejal de Guarenas se sintió atraído por nosotros y quiso saber cuales eran nuestros objetivos, le mandamos a decir que fuera a visitarnos en la Fortaleza, pero él nunca se atrevió, sin embargo el Alcalde nos recibió en su despacho, por diligencia del Señor Cortina, que entonces era un activista político y Presidente de Asoislas, Tito Cardoso Aprobó un presupuesto de 300mil bolívares de entonces para la recuperación de mal llamado anfiteatro y nuestra permanencia en el lugar parecía estar garantizada, pero de todos modos Asoislas se reservó la tenencia de las llaves, así que podíamos mantenernos en el Piso Rojo, que era un salón de Gimnasia, y jugar sobre el techo o cualquiera de las otras instalaciones abandonadas. El teatro solo se nos prestaría en casos muy concretos.





Una noche la policía se acercó a verificar que hacíamos en aquel lugar a tan altas horas y llegaron justo a media partida del escondite, ya nos habíamos librado unos cinco y los demás seguían ocultos. Entre estos nuestro héroe José Rafael.
– Buenas noches jóvenes -dijo el oficial mientras nos alumbraba la cara odiosamente con su linterna- se puede saber qué hacen tan tarde aquí; es casi la media noche.
– Es que estamos reunidos hablando sobre la próxima obra que vamos a presentar. Respondió alguien con tono seguro.
– ¿Y no es mejor que practiquen de día cuando pueden verse mejor las cosas? Replicó el otro policía.
– Bueno lo que ocurre es que no estamos ensayando como tal sino ultimando algunos detalles.
– Pero estar aquí puede ser peligroso, si les pasa algo…
En eso que salta del techo José Rafael, que era tan alto como los policías y que no hacía mucho había andado en muletas y hasta en silla de ruedas, los policías se exaltaron y casi dejan caer las linternas para sacar los revólveres.
– ¡Un, dos, tres, por todos! Te jodiste Atilio cuentas otra vez y los liberé yo solo ¿Y la acostumbrada fanfarria que le dedicaban a quienes libraban la taima?
José Rafael se sentía que era el héroe, el gran libertador que conseguía la Azaña más grande, producto de su euforia no se daba cuanta de que el motivo de nuestra pasividad no era Atilio, sino las autoridades hay presentes. No obstante, celebró su triunfo y brincoteó alrededor de los policías que no salían de su desconcierto ¿Con qué ensayando? Ultimando detalles, pasando letra de los libretos, poniendo orden sobre cosas importantes. Pero teníamos un salvo conducto para estar allí.
– Coño Jóse no ves que estamos hablando cosas de la obra, tu siempre de ladilla. Dijo Wladimir, creo recordar. José Rafael no se dejaría quitar su triunfo de una forma tan vil.
– A no chamo cuando tu liberas la taima todo el mundo celebra, pero como lo hice yo, entonces el saboteo. Finalmente reconoció a los policías, estaba furioso, cualquiera diría que de conservar muletas le hubiese dado con estas a los oficiales por aguafiestas.





Esa noche nos vimos forzados a salir del lugar, la vergüenza era tal que los policías debieron compadecerse y no hicieron chistes sobre nuestra madures, solo exigieron que hiciéramos las reuniones; o durante el día o en otra parte más segura y menos engorrosa para ellos cumplir su deber. Vamos, tenían razón, pero eso no importaba, porque nosotros sabíamos que lo que ellos querían era quitarse el fastidio de los vecinos, a quienes les hastiaba saber que estábamos allí dentro, porque desde los edificios no se veía lo que hacíamos ¿qué esperaban? ¿qué practicáramos nuestra misas negras en medio de la Plaza de las Banderas? Así no tenía gracia.




Luego de muchas pláticas se pudo acordar que teníamos derecho a estar en el laberinto máximo hasta las diez de la noche y solo los fines de semana hasta más tarde, pero cuando el grupo no era mayor de cinco personas, lográbamos -incluso- hasta amanecer. El techo del teatro, era una terraza maravillosa para ver salir el primer amanecer de cada 1ro de Enero, a esta parte se ingresaba por un hueco en el muro que estaba en un cuartito del Piso Rojo, lo cual era muy acogedor, pues incluso había la fantasía de que los adultos no sabían como se subía uno allí, pero también había otras formas más engorrosas de alcanzar el mirador. Y eso los ponía nerviosos.
¿Cuánta noche de reflexión, momentos de soledad, euforia y romance no se vivieron allí? Una novia me citó en esa terraza para reconciliarnos, fue una tarde anaranjada, como todas las tardes de Guarenas, recuerdo que unas aves parlantes sobrevolaban el campo de softbol y que la brisa hacía ondear su cabello ensortijado y abundante, ella tomó mi mano y me mintió dulcemente. Y yo le creí porque el momento era perfecto y no lo iba a dañar con mis reservas, su mano se posó sobre la mía temblando, era fría y suave, sus ojos brillaban húmedamente, mientras hablaba con su timbre sensual que a mi me parecía irresistible, y en algún momento hasta tartamudeó, ella temía que yo la rechazara, estaba tan miedosa como yo, no le dije nada o mejor dicho; no sé que le dije, nos abrazamos con ternura y sellamos el reencuentro con un beso.




Una tarde de mantenimiento, nos pusimos en la tarea de limpiar las vigas de la fachada, donde alguna vez unas cúpulas de fibra habían cubierto un techo la mitad de grande a un campo de fútbol, era una labor ardua y sobre todo muy peligrosa, había que monearse por los listones de metal oxidado y ascender hasta unos quince metros de altura, sin arneses, sujetándonos con las piernas para que las manos estuvieran libres, mientras se iban limpiando los canales de hojas secas y cristales rotos, los hombres nos encargamos de hacerlo mientras las chicas barrían el suelo que iba quedando cubierto de restos cortantes, la mayoría habíamos echo de dos a tres tramos, pero a pesar del peligro todo había trascurrido sin novedades ¿qué nos podía pasar en aquel lugar que era como nuestra casa?




De pronto que José Rafael -otra vez- está a la mitad de su recorrido. Es decir, a unos doce metros de altura y sin nadie cerca de él, sin saber lo que hacía removió un panal de avispas y estas se alborotaron, mi hermano trataba de espantarlas con las dos manos mientras se aferraba al metal oxidado con sus dos piernas que habían estado malas no hacía mucho tiempo “no debí permitírselo, por un momento pensé que hay terminaba todo”.




Unos gritaban, otros se encaramaron para ir en su ayuda pero no podían hacer mucho, una vez allí estarían en la misma situación que él, de hecho las avispas no dejaron que nadie se acercara.
– No las espantes más, deja que te piquen y ve bajando con cuidado. Gritaban unos y otros.
Luego de luchar un rato con los insectos, José Rafael obedeció las recomendaciones y comenzó a desandar el camino, a medida que iba llegando yo sentía que podía respirar, de haberse caído, el único culpable habría sido yo, si me regañaban por esto, al menos tendría el consuelo de que mi hermano seguiría vivo, era alérgico y quizá las picaduras le ocasionarían algunos problemas que no nos permitirían ocultarle la verdad a nuestros padres. O tal vez, simplemente él se los diría, pero nada de eso me importaba, estaba vivo y lo que pasara sería mejor de cualquier forma.
Dicen que las enfermedades son mentales y debe ser cierto, porque este muchacho al que una simple picadura de mosquito podía ocasionarle terribles úlceras en la piel con litros de pus, escapó de esta aventura como si nada, nunca conversamos sobre el tema, pero supongo que se sintió tan dichoso de no haber muerto, que su sistema inmunológico disipó las toxinas, porque de que lo picaron, lo picaron, mas nunca se quejó, ni se le vio marcas en la piel después de aquella tarde.



Finalmente, nuestra privilegiada situación llamó la atención de otros compañeros generacionales, quienes movidos por los celos y la curiosidad -más lo segundo que lo primero- decidieron que era hora de darnos un susto, ir a la fortaleza y hacer algo que nos avergonzara de una vez por todas. Lo que no sabían sobre nosotros es que fuerzas sobrenaturales nos protegían.
Era otra fantástica partida del escondite, Antonio Gil, había puesto de moda utilizar el color negro de nuestras ropas para camuflarnos con las sombras y poco a poco cada quien iba innovando en el arte de confundirnos en la oscuridad, ellas -las sobras- que inspiraban tanto miedo a quienes se acercaban a este sitio, ahora eran nuestras amigas, se movían a nuestro antojo o con el movimiento de la luna, pero siempre a nuestro favor, se les podía ver pacer en las esquinas, supurar oscuridad y definitivamente, disfrutar de nuestras imberbes compañías.
Como de costumbre Atilio era el penitente de la taima y realizaba su ronda de búsqueda, cuando notó que algo andaba mal ¿acaso Atilio, uno de nuestros más oscuros miembros, había conectado a un nivel más íntimo con las sombras? El caso es que él advirtió que no estábamos solos en la fortaleza, había intrusos, rápidamente se ocultó y esperó unos momentos.


Alexis “Loco” Vargas, Alexis “Mostrico” no se qué, Alberto González y algunos otros que no recuerdo, se habían metido en el cuarto de proyección que daba al teatro, la verdad es que habían llegado muy cerca de la taima, cuando Atilio los ubicó dio la voz de alerta: “Intrusos en el cuarto de proyección”.


Los Píos reaccionaron al instante, produciendo gritos agudos como los indios de las películas de vaqueros y haciendo sonar las latas de los ductos de aire acondicionado, armados con tubos y cruces de metal extraídas de un cementerio, arremetimos contra los intrusos que se vieron rodeados y muy sorprendidos, no sabíamos de quien se trataba en ese momento, pero los perseguimos hasta el estacionamiento del Chiacagua, donde se detuvieron y acordaron rendirse.
Cuando me di cuenta quienes eran pensé que esto terminaría mal, puesto que se trataba de un reputado grupo de karatecas y estos tipos solían pelear por diversión, que supiera eran muy buenos en eso, pero que tonto, en nuestro bando también había gallos de pelea de fiar, pero todos éramos menores que ellos, no obstante Alexis dijo que lo habíamos sorprendido, que jamás se habían esperado ser atacados en esa forma.



– Chamo nosotros creímos que ustedes iban a correr a sus casas asustados y luego nos vimos como si nos iban a matar con todas esas piedras y los tubos, me cagué chamo, están locos ¿de verdad nos iban a joder?
– Bueno no sabíamos quienes eran, pero locos ustedes que se meten así para allá.



Estaba claro que nos habíamos granjeado el respeto de un antiguo grupo de la Villa, esta gente estaba en el lugar desde hacía más tiempo que nuestro grupo, habían sido los más populares, los más famosos de toda la zona, temidos incluso por los malandros, pero estaban encantados con nuestra actitud aguerrida, no obstante, había que hacer algo para recuperar su reputación, algo digno pero que no quebrantara la amistad qua acababa de nacer.



Se acordó un juego amistoso, no había reglas claras, simplemente ellos reunirían una partida para intentar atacar la fortaleza y nosotros debíamos defenderla. De pronto todos teníamos la misma edad, todos -sin excepción- éramos niños, Alexis, Mostrico, Alberto y sus secuaces, que ya eran mayores y supuestamente tan maduros como para no prestarse a estos juegos, pero estaban tan entusiasmados como nosotros, las pocas veces que les vi durante aquella semana, se alegraban de encontrarnos y nos recordaban que el sábado sería la gran batalla. Así mismo lo entendían ellos, como una cosa importante que era seria, una batalla de verdad.



Se había fijado la fecha para el fin de semana siguiente y personalmente me enfrasqué en los preparativos de la defensa. Hicimos planos de la fortaleza, preparamos trampas, escondites especiales, armas y un sofisticado lenguaje de claves mediante el cual se dio nombre a cada una de las entradas, denominadas como Chichas (ja, ja, ja, ja…perdón, pudo habérseles dado un nombre más representativo de poder ¿pero Chicha? las entradas eran blandas como la chicha) así pues Chicha 1, las escaleras que culminaban en el Piso Rojo, Chicha 2, la otras escaleras también de Piso Rojo pero que era en espiral; es decir la escalera de caracol y Chicha 3; la escalera de la puerta de atrás que da al campo de fútbol y al colegio. Solo defenderíamos la segunda planta y el techo, la P.B. la dejaríamos porque no nos interesaba. El teatro estaba cerrado con llave. Había una señal secreta además de las otras tres, que era Chicha-chicha, lo cual indicaba que el enemigo estaba dentro de la fortaleza y que cada quien debía arreglárselas como pudiera.



Algo ya se hacía obvio, no contábamos con el elemento sorpresa, el enemigo no se amedrantaría tan fácil como la primera vez, pero tal podía ser que las sombras nos ayudaran, quizá ocurriera algo en el último momento, cualquier cosa ¡Hay Dios mío que pase algo!
Habría Píos ocultos en los ductos de aire acondicionado, pero un 60% de nuestro ejército era de mujeres, de las cuales habría unas tres que no contarían entonces más de doce años, menuda tropa ¿no? La tarde antes que empezara el sitio, Edgar “Recluta” Febrero, Wladimir y yo fuimos a estudiar la fortaleza, la idea era preparar un plan y una ruta interna que nos permitiera combatir dentro cuando el enemigo ingresara, era claro que entrarían, todos estábamos de acuerdo en ello. Entonces le explico a Wladimir sobre como subir al techo por la parte trasera de donde se divisaba el campo de softbol. Aquellos cuartos habían sido de unos baños y las paredes estaban cubiertas de losas rotas, por ello resultaba peligroso escalarlas, yo tenía unas rutas marcadas que había memorizado con el tiempo y que consideraba importantes de tomar en cuenta, pues una vez que empezara el juego y siendo de noche, había que ser precavido.
Se lo dije ha este necio de Wladimir “tienes que subir por aquí” y él que se sentía poderoso e invencible y quizá mejor preparado que yo para este asunto “pero por aquí puede ser más rápido” bueno traté de advertirle “pero este lado es más seguro” no me hizo caso y quiso hacer su voluntad.



– ¡Hay! ¡chamo! Se cortó la muñeca.
Cayó al piso apretando los dientes y con la mano buena se sostenía la mano tasajeada, Edgar saltó del techo y lo revisó, me miró y negó con la cabeza, acabábamos de perder a uno de nuestros mejores hombres, sin que el combate hubiese iniciado, justamente de la forma en que debían producirse bajas en el enemigo ¿qué si me reí de él? Por su puesto que lo hice ¿qué si le dije Wladitonto, mequetrefe te lo advertí? Desde luego que así fue ¿lo merecía? Bueno obviamente su intención no era perderse de una aventura tan maravillosa, pero definitivamente yo estaba loco de metra ¿le estaba enseñando la ruta para ascender el muro con el menor riesgo y esperaba a que esta circunstancia jugara en contra del enemigo? ¿esperaba yo qué un jugador del equipo contrario se lastimara de esa forma? Debo decir con vergüenza que sí ¿eso nos habría dado la victoria? Bueno… claro que no. Y ya veremos porque.



Fuimos a casa de Edgar y lavamos la herida de Wladimir, tenía la esperanza de que fuera algo menor, pero la verdad es que pudo ser mucho peor, el pudo haberse roto un tendón, o en vez de la muñeca pudo ser el cuello, un ojo, la vena esa que pasa por la ingle, por donde se desangra un cristiano en menos de una hora, pudo ser de cualquier forma horrible, mucho más grave. Wladimir vomitó y se puso frío ¿la hipotermia de los desangrados? “bueno llévenlo al Seguro -dije finalmente resignado- pero déjenlo y regresen rápido porque esta noche habrá juego a como de lugar”.
– ¿Y si hablamos con los muchachos y posponemos para la otra semana? Preguntó Edgar.
– De ninguna manera, creerán que tenemos miedo, el respeto que nos ganamos la semana pasada lo perderíamos de un soplido ¿seguro que no puedes Wladimir? El me miró con los ojos llenos de lágrimas.
– Te lo juro hermanazo ¿crees que los dejaría solos con esto si pudiera poner mi grano de arena?
– Llévense a este mequetrefe de mi vista. Mil veces coño de la madre, nos van a destrozar.
– No te preocupes Salver, voy al seguro con él y regreso, no te desanimes que vamos a ganar de cualquier manera, eso te lo juro. ¿Pensaría Edgar que poseía algún súper poder que diera garantía a sus palabras?



Edgar Febrero nunca había sido de mi entera confianza, pero sabía que peleaba muy bien, sin embargo a mi me parecía que era prácticamente el único guerrero decente que nos quedaba. Bueno aun estaban Wilmer Cabeza de Pirámides y Fernando el Portugués, pero no estaba seguro de que se presentaran. Además no se tomaban este asunto tan en serio como Wladimir.
Llegó la noche, Juan Carlos “Godzilla” Cisneros que había entrado en nuestras filas ya hacía un año, jugaría de nuestro lado, pero en el fondo tenía mis dudas sobre él, había sido miembro del equipo contrario durante años, era de esos que practicaban Taekwondo en el Gusano Azul, era camarada de Alberto, de Mostrico ¿se podía confiar en él? Para colmo de males la noticia había cundido por toda la Villa y las filas de Alexis habían crecido de forma escandalosa, toda la plana de los salseros -que eran la mayoría- se les unió, como si fuera poco los chimaneros y la pandilla del Carenero en pleno, era increíble. Había intentado traer ayuda externa, pero los camaradas de Guarenas y los Naranjos no comprendieron el objetivo de todo aquello, no sentían que se beneficiarían en absoluto.



Además este era un asunto interno de la Villa, los contrarios no querían jugar con Troyanos, pero la desproporción de fuerzas era una excusa perfecta para mi, sin embargo ¿qué podía ofrecerle a los camaradas de afuera? ahora que lo pienso, eso fue lo mejor, entre Villanos nos conocíamos y teníamos consideración, había Troyanos entre nosotros y en el bando enemigo -Wladimir era uno de ellos- pero un Troyano es tal cuando los Villanos ya se han acostumbrado a su presencia, lo conocen, tienen alguna novia en la Villa o son familiares de alguien muy conocido en la urbanización, era un problema que podía ser delicado, viéndolo en perspectiva, lo mejor que le pudo ocurrir a Wladimir fue esa herida, puesto que era el único Troyano entre nosotros y de haberlo capturado Larry o cualquier otro del bando opuesto; quién sabe lo que pudo ocurrirle. Razón hay en esto de que “lo mejor es lo que pasa”.




Al caer la noche los Píos estábamos concentrados en la fortaleza y el dispositivo defensivo instalado en su totalidad, Gotzilla jugaba de doble agente y nos mantenía informados de los movimientos del enemigo, quienes se concentraron en dos columnas, una que venía desde la iglesia, por detrás de los gimnasios hacia el campo de softbol y la otra que se aproximaba por la plaza de las banderas. Subí al techo por el muro donde se lesionó Wladimir y una vez más me lamenté por ello, desde arriba pude ver cuando los contrarios tomaban posesión de la cabaña a un costado del campo y hacia el este se veían los movimientos del segundo grupo tratando de ocultarse tras los muros de la plaza.



La batalla había comenzado. Godzilla no regresó, era de esperarse ¿quién iba ha querer estar en el bando menos numeroso? De pronto el techo de asbesto de la cabaña en el campo cedió sobre sus ocupantes.
– ¿Qué pasó? Pregunté a todo pulmón.
– ¡Tenemos un herido! Respondió alguien del otro lado, era una voz que yo conocía pero no le podía identificar en aquel momento.
– ¡Podemos dejar todo para otro día! Dije ilusamente.
– ¡Para nada, ya se lo llevan al seguro! Contestó la misma vos resueltamente, si no me había rendido yo en las precarias condiciones en que estaba, mucho menos ellos que contaban con un ejército de por lo menos sesenta jugadores, todos deportistas en alguna medida.
Penetraron los gimnasios y marcharon sobre Chicha 1, allí había aceite y cera en los escalones, un grupo de quince intentó ascender sin imaginar lo que les esperaba y resbalaron unos sobre otros.
– ¡Ríndanse! -les grité- tenemos muchas trampas y si suben tendremos que defendernos como sea.
Teníamos bloques de concreto listos para arrojárselos si no retrocedían en ese momento, pero había llegado la hora de la sensatez, si hacíamos algo así iniciaríamos una guerra de verdad y esa no era la idea ¿cuánto tardarían en subir aquel tramo de uno en uno por la orilla? No importaba.
– ¡Perdida Chicha 1!
Grité sin saber lo que vendría ahora y corrí hacia Chicha 3, tomé un garrote de metal y me preparé para defender la otra puerta, en eso que voy corriendo entre las sombras y alguien anuncia que habíamos perdido Chicha 2 y alguien más que ya subían por la 3, eso era todo.
– ¡Chicha-chicha!
Esa era la señal de que debían correr y salvarse los que pudieran ¿Qué le harían a los que capturaran? Nadie podía saberlo, pero se suponía que era un juego amistoso. El intricado código debió ser descifrado por el enemigo al instante, porque luego de mi capitulación secreta, bramaron con gritos claros de victoria.
Mi plan fue huir como en los tiempos en que no lideraba grupo alguno y pasar desapercibido era mi especialidad, luego ubicaría un sitio de donde pudiese contemplar el panorama y esperar a que todo se calmara, tal vez reagrupar a quienes escaparan, que de seguro serían los más fuertes y junto con ellos implementar una estrategia de guerrillas. Pero a la altura de la redoma me topé con Alberto González, Alexis Loco y Mostrico, yo llevaba el garrote en la mano y quizá podría amedrentarlos, pero no sería capaz de arremeter contra nadie, ya con dos heridos era suficiente. Me cerraron el paso, se hablaban entre ellos serenamente, ya no había misterios que les sorprendiera, miré a los lados y comprobé que estaba sólo, abrieron un saco para atraparme adentro y entonces solté el garrote.
– No es necesario, iré de mi cuenta.
– Tenemos que amarrarte Salver tu eres el líder de los punketos ¿Estos necios se habían preocupado por mí? ¿me seguían desde un principio?¿no había otros combatientes más peligrosos?
– De ninguna manera, no hay motivo para humillarme así delante de mi gente, yo iré de mi cuenta y pediré que se rindan.
Alberto asintió aprobando mis palabras, luego él mismo me escoltó hasta a la cancha de Básquet en donde habían ido encerrando a los rehenes, vi que tenían a Yngrid -la hermanita de Churro- quien por cierto estaba en el bando contrario, siendo cuñado de Antonio Gil y hermano de Yngrid.
Ella no tenía sino once añitos, era delgada y frágil, dulce e indefensa y alguien le había arrastrado hasta allí por los cabellos, eso no era amistoso, fui a quejarme con el carcelero, entonces pude identificar la voz bajo el asbesto, era Carlos Aranguren, un coño de dos metros de estatura, con aspecto de oso, que nunca le había puesto un dedo encima a nadie, pero era temido por su contextura doble, hasta él estaba metido en el juego, él que ya se suponía era un adulto, no teníamos chance, era una batalla desigual.
– Carlos deben dejar marchar a las mujeres y detener el juego, esto no es justo.
– Salver no te lo tomes tan a pecho -dijo él con su típica sonrisa caribeña- esto es un juego y ustedes perdieron, lo único que tienes que hacer es rendirte y se podrán ir todos a sus casas, la Fortaleza es nuestra.



Eso no estaba en el trato, salté sobre la tela metálica y la escalé hasta lo alto, caí del otro lado en el campo de softbol y corrí hacia la plaza, reagruparía a los míos y luego caeríamos sobre ellos, esta vez no tendría compasión, ni miedo de usar las armas que fuesen, habían alado la dorada cabellera de Yngrid y pretendían expulsarnos de nuestro palacio.
Trataron de atraparme otra vez, pero ahora no pudieron, cuando los perdí me oculté debajo del árbol que arropaba la parte posterior de la plaza y al rato llegó Godzilla y Atilio, estábamos planeando lo que haríamos cuando vi que una fila de los nuestros caminaba por el medio de la plaza sumisamente, era demasiado, el juego había terminado, empezaba la guerra de verdad, tomé dos piedras bien grandes en cada mano y corrí hacía el sitio, estaba dispuesto a todo.
– ¡Qué les pasa luchemos! Grité con toda mi furia.



De pronto escucho el traqueteo de un arma, nunca antes había escuchado uno, pero supe de inmediato que era un arma larga, me detuve y volví la mirada lentamente, un guardia nacional me miraba displicente y sin apuntarme me indicó que soltara las piedras. Le obedecí y comprendiendo lo que ocurría seguí caminando hacia la fila que estaba formada no solo por los Píos, sino por varios del bando contrario, en la avenida pude ver la jaula de los guardias estacionada, de la cual no me había percatado hasta ese instante.



Cuando llegué hasta el lugar que nos indicaban los guardias, ya había otro grupo de detenidos, entre los cuales estaba Yngrid, que lloraba desconsolada y gritaba histéricamente que ella no había hecho nada, me abrazó y en ese momento recordé que no llevaba conmigo la cédula, a quienes les revisaban la identificación les dejaban ir con la condición que fueran a sus casas. Cuando me tocó el turno Yngrid no me soltó y lloró más aterrada que nunca.
– ¿Es tu hermana? -preguntó el guardia y yo asentí- bueno en ese caso pueden irse ambos, derechito para su casa.



Vi que mi verdadero hermano -moreno igual que yo- ya caminaba a lo lejos hacia el edificio, de nuevo en la redoma la mamá de Yngrid venía con Anny su hermanita, más pequeña, más rubia y más frágil todavía, entonces les dije que mi pequeña protegida no tenía la culpa de nada, que desde hacía rato quería irse a casa pero que no la habían dejado los del equipo contrario, entre los cuales estaba Churro, ella no dijo nada de la alada de cabello y su mamá la perdonó, pero de todas formas estaba disgustada.



Al rato nos reunimos los del Chicagua en la entrada de nuestro edificio y Guillo, que no había querido tomar partido por ningún equipo se burló de nosotros un buen rato, mientras nos aguantábamos el aguacero porque estábamos tomándonos su anís.



A la semana siguiente los Píos nos volvimos a reunir en la taima de la Fortaleza, nadie vendría a atacarnos, nadie estaba interesado en aquel lugar sino para molestarnos, pero nadie quería a la Guardia Nacional inmiscuida en nuestros dominios, así que el episodio culminó con la paz forzosa, Wladimir llevaba su muñequera de gasas y se disculpaba por la ausencia, como si el sólo hubiese podido haber cambiado los resultados del juego. No podía entender que esa batalla la había ganado la Villa Panamericana, las buenas intensiones, el buen sentido.

Estábamos Nellyberth, Samantha, Claudia, Atilio, Ariadna y yo en la taima algunas noches después, nadie más había venido, cuando notamos que las sombras que durante tanto tiempo nos habían protegido lucían verdaderamente lúgubres, hacía frio y se podía oír por primera vez las rasgaduras y chillidos de las ratas entre las panelas de fibra de vidrio, el viento soplaba entre la vigas y cantaba una canción fúnebre. Todos nos habíamos quedado en silencio contemplando el espectáculo pavoroso.
– ¿Alguien aquí quiere jugar al escondite? Pregunté para romper el silencio y tratar de dominar a las sombras.




Pero en un silencio más contundente aun, todos negaron con sus cabezas y sus rostros compungidos. De uno en uno fuimos abandonando el lugar, callados y tristes; ya no éramos los mismos, ya no éramos los mismos, ya no éramos los mismos…






Salver Clemente