Así que vivíamos planificando cosas en aquel lugar, fiestas a beneficio, obras de teatro, reuniones con tormenta de ideas, bebiendas de anís y ron, juegos del escondite, mímica, la ere(La lleva) y hasta policías y ladrones, no sabíamos por qué, lo importante era tomar el espacio y hacerlo nuestro, había toque de queda para los menores de edad después de las nueve, pero nosotros por ser miembros del grupo de teatro, nos habíamos ganado un salvoconducto que nos permitía permanecer en la calle más allá de esa hora en la noche y en el Laberinto desde luego.
– Buenas noches jóvenes -dijo el oficial mientras nos alumbraba la cara odiosamente con su linterna- se puede saber qué hacen tan tarde aquí; es casi la media noche.
– Es que estamos reunidos hablando sobre la próxima obra que vamos a presentar. Respondió alguien con tono seguro.
– ¿Y no es mejor que practiquen de día cuando pueden verse mejor las cosas? Replicó el otro policía.
– Bueno lo que ocurre es que no estamos ensayando como tal sino ultimando algunos detalles.
– Pero estar aquí puede ser peligroso, si les pasa algo…
En eso que salta del techo José Rafael, que era tan alto como los policías y que no hacía mucho había andado en muletas y hasta en silla de ruedas, los policías se exaltaron y casi dejan caer las linternas para sacar los revólveres.
– ¡Un, dos, tres, por todos! Te jodiste Atilio cuentas otra vez y los liberé yo solo ¿Y la acostumbrada fanfarria que le dedicaban a quienes libraban la taima?
José Rafael se sentía que era el héroe, el gran libertador que conseguía la Azaña más grande, producto de su euforia no se daba cuanta de que el motivo de nuestra pasividad no era Atilio, sino las autoridades hay presentes. No obstante, celebró su triunfo y brincoteó alrededor de los policías que no salían de su desconcierto ¿Con qué ensayando? Ultimando detalles, pasando letra de los libretos, poniendo orden sobre cosas importantes. Pero teníamos un salvo conducto para estar allí.
– Coño Jóse no ves que estamos hablando cosas de la obra, tu siempre de ladilla. Dijo Wladimir, creo recordar. José Rafael no se dejaría quitar su triunfo de una forma tan vil.
– A no chamo cuando tu liberas la taima todo el mundo celebra, pero como lo hice yo, entonces el saboteo. Finalmente reconoció a los policías, estaba furioso, cualquiera diría que de conservar muletas le hubiese dado con estas a los oficiales por aguafiestas.
¿Cuánta noche de reflexión, momentos de soledad, euforia y romance no se vivieron allí? Una novia me citó en esa terraza para reconciliarnos, fue una tarde anaranjada, como todas las tardes de Guarenas, recuerdo que unas aves parlantes sobrevolaban el campo de softbol y que la brisa hacía ondear su cabello ensortijado y abundante, ella tomó mi mano y me mintió dulcemente. Y yo le creí porque el momento era perfecto y no lo iba a dañar con mis reservas, su mano se posó sobre la mía temblando, era fría y suave, sus ojos brillaban húmedamente, mientras hablaba con su timbre sensual que a mi me parecía irresistible, y en algún momento hasta tartamudeó, ella temía que yo la rechazara, estaba tan miedosa como yo, no le dije nada o mejor dicho; no sé que le dije, nos abrazamos con ternura y sellamos el reencuentro con un beso.
– No las espantes más, deja que te piquen y ve bajando con cuidado. Gritaban unos y otros.
Luego de luchar un rato con los insectos, José Rafael obedeció las recomendaciones y comenzó a desandar el camino, a medida que iba llegando yo sentía que podía respirar, de haberse caído, el único culpable habría sido yo, si me regañaban por esto, al menos tendría el consuelo de que mi hermano seguiría vivo, era alérgico y quizá las picaduras le ocasionarían algunos problemas que no nos permitirían ocultarle la verdad a nuestros padres. O tal vez, simplemente él se los diría, pero nada de eso me importaba, estaba vivo y lo que pasara sería mejor de cualquier forma.
Dicen que las enfermedades son mentales y debe ser cierto, porque este muchacho al que una simple picadura de mosquito podía ocasionarle terribles úlceras en la piel con litros de pus, escapó de esta aventura como si nada, nunca conversamos sobre el tema, pero supongo que se sintió tan dichoso de no haber muerto, que su sistema inmunológico disipó las toxinas, porque de que lo picaron, lo picaron, mas nunca se quejó, ni se le vio marcas en la piel después de aquella tarde.
Era otra fantástica partida del escondite, Antonio Gil, había puesto de moda utilizar el color negro de nuestras ropas para camuflarnos con las sombras y poco a poco cada quien iba innovando en el arte de confundirnos en la oscuridad, ellas -las sobras- que inspiraban tanto miedo a quienes se acercaban a este sitio, ahora eran nuestras amigas, se movían a nuestro antojo o con el movimiento de la luna, pero siempre a nuestro favor, se les podía ver pacer en las esquinas, supurar oscuridad y definitivamente, disfrutar de nuestras imberbes compañías.
Como de costumbre Atilio era el penitente de la taima y realizaba su ronda de búsqueda, cuando notó que algo andaba mal ¿acaso Atilio, uno de nuestros más oscuros miembros, había conectado a un nivel más íntimo con las sombras? El caso es que él advirtió que no estábamos solos en la fortaleza, había intrusos, rápidamente se ocultó y esperó unos momentos.
Cuando me di cuenta quienes eran pensé que esto terminaría mal, puesto que se trataba de un reputado grupo de karatecas y estos tipos solían pelear por diversión, que supiera eran muy buenos en eso, pero que tonto, en nuestro bando también había gallos de pelea de fiar, pero todos éramos menores que ellos, no obstante Alexis dijo que lo habíamos sorprendido, que jamás se habían esperado ser atacados en esa forma.
– Chamo nosotros creímos que ustedes iban a correr a sus casas asustados y luego nos vimos como si nos iban a matar con todas esas piedras y los tubos, me cagué chamo, están locos ¿de verdad nos iban a joder?
– Bueno no sabíamos quienes eran, pero locos ustedes que se meten así para allá.
Estaba claro que nos habíamos granjeado el respeto de un antiguo grupo de la Villa, esta gente estaba en el lugar desde hacía más tiempo que nuestro grupo, habían sido los más populares, los más famosos de toda la zona, temidos incluso por los malandros, pero estaban encantados con nuestra actitud aguerrida, no obstante, había que hacer algo para recuperar su reputación, algo digno pero que no quebrantara la amistad qua acababa de nacer.
Habría Píos ocultos en los ductos de aire acondicionado, pero un 60% de nuestro ejército era de mujeres, de las cuales habría unas tres que no contarían entonces más de doce años, menuda tropa ¿no? La tarde antes que empezara el sitio, Edgar “Recluta” Febrero, Wladimir y yo fuimos a estudiar la fortaleza, la idea era preparar un plan y una ruta interna que nos permitiera combatir dentro cuando el enemigo ingresara, era claro que entrarían, todos estábamos de acuerdo en ello. Entonces le explico a Wladimir sobre como subir al techo por la parte trasera de donde se divisaba el campo de softbol. Aquellos cuartos habían sido de unos baños y las paredes estaban cubiertas de losas rotas, por ello resultaba peligroso escalarlas, yo tenía unas rutas marcadas que había memorizado con el tiempo y que consideraba importantes de tomar en cuenta, pues una vez que empezara el juego y siendo de noche, había que ser precavido.
Se lo dije ha este necio de Wladimir “tienes que subir por aquí” y él que se sentía poderoso e invencible y quizá mejor preparado que yo para este asunto “pero por aquí puede ser más rápido” bueno traté de advertirle “pero este lado es más seguro” no me hizo caso y quiso hacer su voluntad.
Cayó al piso apretando los dientes y con la mano buena se sostenía la mano tasajeada, Edgar saltó del techo y lo revisó, me miró y negó con la cabeza, acabábamos de perder a uno de nuestros mejores hombres, sin que el combate hubiese iniciado, justamente de la forma en que debían producirse bajas en el enemigo ¿qué si me reí de él? Por su puesto que lo hice ¿qué si le dije Wladitonto, mequetrefe te lo advertí? Desde luego que así fue ¿lo merecía? Bueno obviamente su intención no era perderse de una aventura tan maravillosa, pero definitivamente yo estaba loco de metra ¿le estaba enseñando la ruta para ascender el muro con el menor riesgo y esperaba a que esta circunstancia jugara en contra del enemigo? ¿esperaba yo qué un jugador del equipo contrario se lastimara de esa forma? Debo decir con vergüenza que sí ¿eso nos habría dado la victoria? Bueno… claro que no. Y ya veremos porque.
– ¿Y si hablamos con los muchachos y posponemos para la otra semana? Preguntó Edgar.
– De ninguna manera, creerán que tenemos miedo, el respeto que nos ganamos la semana pasada lo perderíamos de un soplido ¿seguro que no puedes Wladimir? El me miró con los ojos llenos de lágrimas.
– Te lo juro hermanazo ¿crees que los dejaría solos con esto si pudiera poner mi grano de arena?
– Llévense a este mequetrefe de mi vista. Mil veces coño de la madre, nos van a destrozar.
– No te preocupes Salver, voy al seguro con él y regreso, no te desanimes que vamos a ganar de cualquier manera, eso te lo juro. ¿Pensaría Edgar que poseía algún súper poder que diera garantía a sus palabras?
Llegó la noche, Juan Carlos “Godzilla” Cisneros que había entrado en nuestras filas ya hacía un año, jugaría de nuestro lado, pero en el fondo tenía mis dudas sobre él, había sido miembro del equipo contrario durante años, era de esos que practicaban Taekwondo en el Gusano Azul, era camarada de Alberto, de Mostrico ¿se podía confiar en él? Para colmo de males la noticia había cundido por toda la Villa y las filas de Alexis habían crecido de forma escandalosa, toda la plana de los salseros -que eran la mayoría- se les unió, como si fuera poco los chimaneros y la pandilla del Carenero en pleno, era increíble. Había intentado traer ayuda externa, pero los camaradas de Guarenas y los Naranjos no comprendieron el objetivo de todo aquello, no sentían que se beneficiarían en absoluto.
Al caer la noche los Píos estábamos concentrados en la fortaleza y el dispositivo defensivo instalado en su totalidad, Gotzilla jugaba de doble agente y nos mantenía informados de los movimientos del enemigo, quienes se concentraron en dos columnas, una que venía desde la iglesia, por detrás de los gimnasios hacia el campo de softbol y la otra que se aproximaba por la plaza de las banderas. Subí al techo por el muro donde se lesionó Wladimir y una vez más me lamenté por ello, desde arriba pude ver cuando los contrarios tomaban posesión de la cabaña a un costado del campo y hacia el este se veían los movimientos del segundo grupo tratando de ocultarse tras los muros de la plaza.
– ¿Qué pasó? Pregunté a todo pulmón.
– ¡Tenemos un herido! Respondió alguien del otro lado, era una voz que yo conocía pero no le podía identificar en aquel momento.
– ¡Podemos dejar todo para otro día! Dije ilusamente.
– ¡Para nada, ya se lo llevan al seguro! Contestó la misma vos resueltamente, si no me había rendido yo en las precarias condiciones en que estaba, mucho menos ellos que contaban con un ejército de por lo menos sesenta jugadores, todos deportistas en alguna medida.
Penetraron los gimnasios y marcharon sobre Chicha 1, allí había aceite y cera en los escalones, un grupo de quince intentó ascender sin imaginar lo que les esperaba y resbalaron unos sobre otros.
– ¡Ríndanse! -les grité- tenemos muchas trampas y si suben tendremos que defendernos como sea.
Teníamos bloques de concreto listos para arrojárselos si no retrocedían en ese momento, pero había llegado la hora de la sensatez, si hacíamos algo así iniciaríamos una guerra de verdad y esa no era la idea ¿cuánto tardarían en subir aquel tramo de uno en uno por la orilla? No importaba.
– ¡Perdida Chicha 1!
Grité sin saber lo que vendría ahora y corrí hacia Chicha 3, tomé un garrote de metal y me preparé para defender la otra puerta, en eso que voy corriendo entre las sombras y alguien anuncia que habíamos perdido Chicha 2 y alguien más que ya subían por la 3, eso era todo.
– ¡Chicha-chicha!
Esa era la señal de que debían correr y salvarse los que pudieran ¿Qué le harían a los que capturaran? Nadie podía saberlo, pero se suponía que era un juego amistoso. El intricado código debió ser descifrado por el enemigo al instante, porque luego de mi capitulación secreta, bramaron con gritos claros de victoria.
Mi plan fue huir como en los tiempos en que no lideraba grupo alguno y pasar desapercibido era mi especialidad, luego ubicaría un sitio de donde pudiese contemplar el panorama y esperar a que todo se calmara, tal vez reagrupar a quienes escaparan, que de seguro serían los más fuertes y junto con ellos implementar una estrategia de guerrillas. Pero a la altura de la redoma me topé con Alberto González, Alexis Loco y Mostrico, yo llevaba el garrote en la mano y quizá podría amedrentarlos, pero no sería capaz de arremeter contra nadie, ya con dos heridos era suficiente. Me cerraron el paso, se hablaban entre ellos serenamente, ya no había misterios que les sorprendiera, miré a los lados y comprobé que estaba sólo, abrieron un saco para atraparme adentro y entonces solté el garrote.
– No es necesario, iré de mi cuenta.
– Tenemos que amarrarte Salver tu eres el líder de los punketos ¿Estos necios se habían preocupado por mí? ¿me seguían desde un principio?¿no había otros combatientes más peligrosos?
– De ninguna manera, no hay motivo para humillarme así delante de mi gente, yo iré de mi cuenta y pediré que se rindan.
Alberto asintió aprobando mis palabras, luego él mismo me escoltó hasta a la cancha de Básquet en donde habían ido encerrando a los rehenes, vi que tenían a Yngrid -la hermanita de Churro- quien por cierto estaba en el bando contrario, siendo cuñado de Antonio Gil y hermano de Yngrid.
Ella no tenía sino once añitos, era delgada y frágil, dulce e indefensa y alguien le había arrastrado hasta allí por los cabellos, eso no era amistoso, fui a quejarme con el carcelero, entonces pude identificar la voz bajo el asbesto, era Carlos Aranguren, un coño de dos metros de estatura, con aspecto de oso, que nunca le había puesto un dedo encima a nadie, pero era temido por su contextura doble, hasta él estaba metido en el juego, él que ya se suponía era un adulto, no teníamos chance, era una batalla desigual.
– Carlos deben dejar marchar a las mujeres y detener el juego, esto no es justo.
– Salver no te lo tomes tan a pecho -dijo él con su típica sonrisa caribeña- esto es un juego y ustedes perdieron, lo único que tienes que hacer es rendirte y se podrán ir todos a sus casas, la Fortaleza es nuestra.
Trataron de atraparme otra vez, pero ahora no pudieron, cuando los perdí me oculté debajo del árbol que arropaba la parte posterior de la plaza y al rato llegó Godzilla y Atilio, estábamos planeando lo que haríamos cuando vi que una fila de los nuestros caminaba por el medio de la plaza sumisamente, era demasiado, el juego había terminado, empezaba la guerra de verdad, tomé dos piedras bien grandes en cada mano y corrí hacía el sitio, estaba dispuesto a todo.
– ¡Qué les pasa luchemos! Grité con toda mi furia.
– ¿Es tu hermana? -preguntó el guardia y yo asentí- bueno en ese caso pueden irse ambos, derechito para su casa.
Estábamos Nellyberth, Samantha, Claudia, Atilio, Ariadna y yo en la taima algunas noches después, nadie más había venido, cuando notamos que las sombras que durante tanto tiempo nos habían protegido lucían verdaderamente lúgubres, hacía frio y se podía oír por primera vez las rasgaduras y chillidos de las ratas entre las panelas de fibra de vidrio, el viento soplaba entre la vigas y cantaba una canción fúnebre. Todos nos habíamos quedado en silencio contemplando el espectáculo pavoroso.
– ¿Alguien aquí quiere jugar al escondite? Pregunté para romper el silencio y tratar de dominar a las sombras.
Pero en un silencio más contundente aun, todos negaron con sus cabezas y sus rostros compungidos. De uno en uno fuimos abandonando el lugar, callados y tristes; ya no éramos los mismos, ya no éramos los mismos, ya no éramos los mismos…
Salver Clemente